Luna
La lluvia caía con fuerza sobre el cristal del café donde me había citado Ramiro Vidal. El mensaje había sido claro: "Tengo información sobre tu padre que cambiará tu vida. Ven sola."
Observé el reloj: las cinco en punto. Afuera, Madrid se desdibujaba tras la cortina de agua, como si el cielo llorara por una decisión que aún no había tomado. Ramiro entró sacudiendo su paraguas negro, un hombre de unos sesenta años, cabello entrecano y ojos que habían visto demasiado. Lo reconocí al instante por las fotos que había investigado: antiguo socio de mi padre, arruinado tras un negocio fallido.
—Luna Santoro —dijo sentándose frente a mí—. O debería decir Luna Reyes. Aunque ahora llevas el apellido del hombre que destruyó a tu padre.
Mantuve la compostura, aunque sentí un escalofrío.
—Vayamos al grano, señor Vidal. ¿Qué información tiene?
Ramiro sonrió, pidió un café y esperó a que la camarera se alejara.
—Tu padre no era el santo que crees. Pero tampoco merecía lo que Leonardo le hizo.