La mañana siguiente trajo un frío que me recorrió hasta los huesos, pero no por la temperatura: por la sensación de que alguien había abierto una herida y la estaba frotando con sal.
Abrí la puerta de mi edificio y, en la puerta, como una ofrenda irónica, había un solo ejemplar del diario más leído del país. Grande, en mayúsculas, como una sentencia: “LA BODA, EL FRAUDE Y LA OBSESIÓN: EL CASO QUE SACUDE AL PAÍS.”
No me detuve a pensar. Lo abrí en la vereda, entre el humo de los autos y la gente que ya iba a su rutina. Las palabras me explotaron en la cara: titulares que parecían pulidos para vender; subtítulos que insinuaban mi inestabilidad; frases atribuidas a “fuentes cercanas” que yo no había pronunciado jamás. Había una columna entera —una opinión— firmada por alguien que se presentaba como analista moral: “Alma Villalobos: víctima o peligrosidad en búsqueda de fama”.
Poco a poco, mi estómago se fue haciendo un nudo. Más abajo, en letras pequeñas, fotos recortadas de mi cara, de