Nunca me había gustado celebrar mi cumpleaños. Me parecían excusas sofisticadas para llenar de ruido un día que, en el fondo, yo siempre quería pasar en silencio. Pero esa noche fue distinta… o al menos eso pensaba.Me citaron en un salón del centro de la ciudad con la excusa de una “cena íntima”.Renata, mi mejor amiga, me insistió durante días: —No seas tan aburrida, tan amarga. Es tu cumpleaños, dale, ponte linda, no llegues tarde. Déjate querer, Alma, por una vez en tu vida.Y como siempre, terminé cediendo. Ella era tan intensa, tan insistente, que si no lo hacía no me iba a dejar en paz. ¿Y por qué no romper el molde y hacer algo diferente? ¿Qué tan mal la podía pasar?Cuando entré, me envolvieron las luces cálidas, los globos dorados y una multitud de rostros conocidos gritando: —¡Sorpresaaaaaaaa!Casi se me cae el alma al suelo, no podía creer la cantidad de personas que estaban ahí. No sabía si reír, llorar o salir corriendo. Pero ahí estaban todos: mis padres, mis amigos
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