Eran las ocho de la mañana y estaba parada frente a la puerta de la oficina de la fiscal Lucía Barrenechea. El frío de la calle apenas me rozaba, porque lo que me quemaba era la certeza de que ese encuentro podía cambiarlo todo.
Lucía abrió la puerta sin demasiada ceremonia.
—Adelante. No perdamos tiempo —dijo con voz seca, de esas que no piden permiso.
Entré y me senté frente a su escritorio. Tenía varios expedientes abiertos, la laptop encendida y una mirada que podía atravesar cualquier mentira.
—Vamos directo al punto —empezó—. Necesito que seas clara y precisa. Esto no es un culebrón ni una telenovela. Es un caso legal. Con pruebas, evidencias y consecuencias penales.
Tragué saliva y afirmé con la cabeza.
—Encontré documentos falsificados a mi nombre. Sebastián mi ex prometido, me usó para crear una empresa fantasma sin que yo lo supiera. Firmó en mi nombre, movió dinero, todo sin mi autorización.
Lucía tomó notas sin levantar la vista.
—¿Cómo obtuviste esas pruebas?
—un amigo ll