CAPÍTULO 60 — Luces, cámaras y verdades
El bullicio del restaurante contrastaba con la calma forzada que se había instalado en la mesa donde cenaban Alex y Estela. Era uno de esos lugares elegantes del centro de la ciudad, donde las luces cálidas y la música de piano creaban una atmósfera perfecta para las apariencias. Estela, con un vestido negro entallado y labios color vino, se veía impecable. Alex, más sobrio como siempre, la observaba con una mezcla de admiración y cautela.
— Me tienes que aprovechar esta noche, cariño —dijo Estela mientras jugaba con el tallo de su copa de vino—. Pronto me voy casi tres semanas para el desfile en Europa.
Alex sonrió, aunque su gesto no escondía del todo su distracción.
— Entonces disfrutemos la noche —respondió, alzando su copa—. Es muy temprano aún.
Estela se inclinó un poco hacia él.
— Me gusta mucho tu compañía, Alex.
— Ah, ¿sí? —bromeó él, mirándola con una sonrisa suave—. A mí también me gusta la tuya, Estela.
Por un momento, la conversació