CAPÍTULO 28 — La caja misteriosa
El vapor aún flotaba en el aire del baño cuando Gabriel salió, con la toalla colgando de la cintura y el cabello húmedo. Caminó hasta el vestidor, abriendo el cajón donde solía guardar sus camisas. El aroma de Isabella, esa mezcla de jazmín y cítricos, lo envolvía en cada rincón. Sonrió al verla tan presente incluso en su ausencia.
Mientras buscaba qué ponerse, su mano tropezó con algo que no pertenecía allí:
una caja de madera oscura, pequeña, con una cerradura gastada y una inscripción apenas visible: “Siempre tuyo”.
Frunció el ceño. Nunca la había visto antes.
La curiosidad, esa vieja compañera del amor y la duda, se le instaló en el pecho.
La tomó con cuidado, la sostuvo entre las manos unos segundos, como si pesara más por su historia que por su tamaño.
Abrió la tapa despacio.
Dentro, un puñado de cartas amarillentas, fotografías dobladas, un anillo y un par de notas escritas con la caligrafía suave y ordenada de Isabella.
Reconoció a un hombre en