La lluvia fina había comenzado a caer sobre Grayhaven, tiñendo de gris las calles ya solitarias del pequeño pueblo. Allyson y Mike Torres permanecían ocultos en un modesto apartamento alquilado por el FBI semanas atrás, lejos de donde habían sido seguidos y atacados. Las luces estaban apagadas, solo una lámpara de escritorio encendida en un rincón, proyectando sombras alargadas sobre las paredes.
Allyson se encontraba sentada en el borde de la cama, el vendaje en su hombro húmedo de desinfectante. Había insistido en que la herida no era grave, pero el dolor la obligaba a encogerse cada vez que hacía un movimiento brusco. Mike, inquieto, miraba por la ventana entreabierta, observando cada auto que pasaba.
—Esto es una trampa de relojería —dijo él en voz baja—. Sabían dónde estabas, Allyson. Sabían en qué momento exacto atacar.
—Lo sé —respondió ella, con la mirada fija en el suelo—. Y Matthews también lo sabe. Por eso nos ordenó mantenernos ocultos. Quiere que desaparezcamos por un par