El reloj de pared marcaba las 12:47 a. m. en Quantico. Matthews estaba solo en su despacho, rodeado de expedientes apilados como muros silenciosos. Afuera, los pasillos del edificio estaban desiertos; la única compañía era el zumbido monótono del aire acondicionado. Cerró las persianas antes de encender la línea directa. Nadie podía verlo, nadie podía escucharlo.
El rostro del Director Richard H. Callahan apareció en la pantalla con gesto cansado, pero alerta. Era un hombre de voz grave, conocido por no perder tiempo en cortesías.
—Matthews —dijo sin rodeos, inclinándose hacia la cámara—. Es una línea segura. Habla.
Matthews entrelazó los dedos sobre el escritorio, tomándose un segundo para ordenar sus ideas.
—Señor, tengo que informarle algo crítico sobre la operación Halcón Gris.
Los ojos de Callahan se agudizaron.
—Adelante.
—Hace unas horas, la agente Allyson Drake descubrió indicios claros de que alguien entró en su habitación de hotel en Grayhaven. No forzaron cerraduras, no dej