Allyson entró a su habitación del hotel casi de madrugada, agotada tras otro día de seguir pistas que parecían desvanecerse como humo. A simple vista, todo estaba en orden: la cama impecable, las cortinas cerradas, la maleta junto al armario en la misma posición. Pero cuando dejó las llaves sobre la mesa, notó algo que la detuvo en seco: el marco de la fotografía decorativa que colgaba en la pared estaba ligeramente torcido, apenas un par de centímetros. Allyson era meticulosa hasta en los detalles más triviales. Ella lo había dejado recto.
La alarma interna se disparó. Revisó con calma, sin mover nada de lugar, observando huellas invisibles. El cierre de su maleta estaba enganchado de manera diferente. Y uno de sus documentos personales —que siempre guardaba en la parte interna— parecía haber sido manipulado. No había dudas: alguien había estado allí.
Respiró hondo, tomó su teléfono y llamó a Mike Torres.
—Tenemos un problema —dijo en voz baja.
Veinte minutos después, se reunieron en