Sebastián Costa llega a la ciudad paradisíaca de Los Cabos, en México. A primera vista parece un hombre normal que disfruta de sus vacaciones, pero oculta un siniestro pasado. Un pasado en el que era un brillante médico que trabajaba bajo las ordenes de la Familia Di Tella, una de las mafias mas poderosas de Italia. Tras una cirugía de rutina termina ocasionando la muerte de uno de los miembros mas influyentes de la organización. Su cómplice y amante también se ve inmiscuida y juntos idean el plan de escape, solo que todo resulta terriblemente mal y la situación se convierte rápidamente en una carrera contra el tiempo, en la que un misterioso amuleto podría ser la clave para salvar sus vidas...
Leer másEran las 9 de la mañana. El sol asomaba por las ventanas de los complejos hoteleros de la Bahía de Cabo San Lucas, en México. La brisa marina viajaba a través del aire esparciendo su delicado aroma y frescura a los visitantes del Breathless de Los Cabos, uno de los mejores hoteles de todo el puerto.
La vista se antojaba deliciosa desde una de las altas habitaciones en las que el Famoso Arco del Fin del mundo parecía una estatuilla que podría tomarse solo con la fuerza de los dedos. Distintas embarcaciones decoraban el paisaje; la mayoría de ellas con fines turísticos. Era la época vacacional y la ciudad gozaba de un momento cumbre en cuanto a la afluencia de turistas se refiere.
El clima era agradable y en el ambiente flotaba la tranquilidad de la vida citadina de los locales, quienes ofrecían artesanías, hospitalidad y buena comida a los despreocupados visitantes.
Abajo, al nivel de la playa, se podía ver un grupo de niños construyendo castillos de arena y, algunos más aventurados, se enterraban dentro de la misma. El oleaje era tranquilo y los adultos podían descansar, aunque fuera un momento, de la responsabilidad de ser padres, hermanos mayores, abuelos, etc.
Desde la terraza privada de la suite presidencial del Breathless, vestido solo con unos bermudas y unas sandalias, Sebastián Costa observaba con la ayuda de unos binoculares, el gran Arco. Había llegado hacía pocas horas y por el momento la majestuosa vista captaba toda su atención. Estaba sentado en una silla de madera de mimbre y en su regazó tenía un folder con una gran cantidad de papeles en él: pasaporte, visa, algunas identificaciones y algunas fotografías.
Bajó los binoculares. Ni el maravilloso paisaje era suficiente para hacerle olvidar lo desafortunada de su situación. Sabía que ella debía estar allí, con él. Ese era el plan. Te veré en la ciudad de la que tanto hemos hablado – Había dicho ella después de terminada la cirugía.
Costa volvió la mirada hacia el interior de la habitación y vio su teléfono móvil en la lujosa King Size. No se movió. Deseaba que llamara. Necesitaba saber que ella estaba bien y que había podido escapar a tiempo, como él lo había hecho. La llamada, por supuesto no llegó.
Algunas horas después, Costa se hallaba dormido, no había dormido durante el viaje desde Roma y en algún momento el cansancio lo había vencido. Fue un sueño intranquilo y se despertó sintiéndose más cansado y hambriento que antes. Revisó nuevamente el teléfono en busca de alguna señal de ella. Nada.
Se levantó, fue al baño y se mojó el rostro con la intención de que aquello fuera suficiente para despertarlo completamente.
Minutos más tarde y mientras estaba abotonándose la camisa, él teléfono emitió un sonido corto pero estruendoso. Él se acercó rápidamente, sintiendo una desbordante emoción y un ferviente anhelo de que por fin ella estuviera también a salvo y lejos de Roma.
Tomó el dispositivo. Vio que era un mensaje de texto SMS y decía:
Estoy en camino. Llegare a mediodía de mañana. Tu amiga Rossy
El mensaje lo decepcionó un poco, pues no era quien el esperaba que fuera. Desde luego era una buena noticia que su amiga Rosella (Rossy) fuera a visitarle, pero aquello no era suficiente para apaciguarlo.
Dudó unos instantes, con el teléfono en mano, si debía responder. Finalmente, no lo hizo. No quería alentarla, pues sabía que Rosella arriesgaba demasiado al venir.
El estómago comenzó a dolerle y trató de recordar la última vez que había comido. Parecía increíble, pero no pudo recordarlo, era como si su preocupación le hubiera bloqueado todos los recuerdos desde su huida. Decidió que, aunque no sintiera demasiado apetito, debía alimentarse.
Se vistió con un elegante traje Brioni y permaneció unos minutos más en la habitación, sentado, al borde de la cama, comenzando de nuevo a sumergirse en sus ensoñaciones, cuando de pronto, vio asomar entre una de las maletas un pequeño colgante. Estiró la mano y sacó el amuleto que pendía de la brillante cadena. Recordó entonces que ese amuleto era de ella y que había sido un regalo de una de sus mejores amigas. Paso el colgante de una mano a la otra, jugueteando con él y tratando de recordar en que momento lo había empacado (si es que él lo había hecho), entonces, movido tanto por la curiosidad, como por el deseo de tener algo que le recordara a ella, decidió usarlo.
Antes de salir se miró al espejo y tanteó el amuleto que colgaba de su cuello, lo cubrió con la ropa que llevaba encima y se dirigió al restaurante Lucca, que se hallaba dentro del mismo complejo hotelero.
El Lucca era un restaurante que se especializaba en comida italiana. Costa fue recibido por un hombre bajito que habló primero en inglés y después en italiano. Él comprendía muy bien ambos idiomas, además de español, pero se sentía más cómodo hablando en su lengua natal: el italiano. Costa ordenó Carpaccio y Ensalada Capresse. El mesero asintió y dejo a Costa solo en su mesa. Los alimentos llegaron pronto.
Mientras tomaba sus alimentos, el restaurante comenzó a llenarse de gente. Se veía gente de distintas nacionalidades, por supuesto los había nacionales, pero en su mayoría eran extranjeros. Era como un desfile en el que hombres y mujeres vestidos elegantemente se daban cita en el mismo lugar y al mismo tiempo. Costa no pudo evitar pensar que era como los eventos a los que solía asistir en Roma, antes de que todo (incluyendo su vida) se fuera al carajo.
La buena comida hizo que su preocupación despareciera, al menos de momento. Comía ávidamente, como un hombre que ha pasado mucho tiempo sin hacerlo, cuando de pronto, vio entre los comensales que llegaban, a una muchacha muy bella, de cabellera rubia, con ojos grandes y brillantes como perlas, de un tono de azul hermoso y escaso que Costa pocas veces había visto incluso en su natal Italia. La muchacha, además, tenía una estatura correcta y lucía un vestido color plata que le confería un aura más acorde a la realeza. Probablemente fuera norteamericana o británica.
La chica iba acompañada de un hombre y una mujer algo mayores, probablemente sus padres. El hombre, calvo de unos 60 años aproximadamente, vestía un traje similar al del propio Costa, aunque varias tallas más grande; y la mujer, de más o menos la misma edad, usaba unas espantosas gafas y un vestido nada agraciado.
Sin darse cuenta, Costa había apartado toda su atención de la mesa; miraba a la chica como un obseso, como si nunca antes hubiera visto nada igual.
Probablemente la chica se haya sentido observada, porque giró la cabeza justo en su dirección. Costa sonrió con galantería y la chica le correspondió con una expresión de franca coquetería, ella se tocó el cabello nerviosamente y sonrió mostrando unos dientes fuertes y brillantes.
De pronto y sin razón alguna, Costa sintió emanar un calor extraño y reconfortante del centro de su pecho. Era una sensación que parecía provenir del amuleto.
La maraña de sus preocupaciones pareció disiparse como nubes después de una tormenta y de pronto el hombre preocupado y agobiado que era, se convirtió en un hombre que solo buscaba seducir.
El oleaje mojaba los pies de Rosella. Estaba sentada en la arena y llevaba un sombrero de palma para cubrirse del intenso sol. A corta distancia, una colonia de leones marinos tomaba el sol sobre las rocas. Embarazada de siete meses, tocó su abultado vientre por encima de la delgada blusa.— Tu papá llegará pronto – le dijo al bebé no nato mientras acariciaba su vientre con movimientos suaves y generosos.Levantó la mirada y lo vio acercarse, venía a pie cargando una bolsa de compras. Ella lo vio y sonrío sintiéndose tan enamorada como no recordaba haberlo estado en toda su vida. Le encantaba contemplarlo con el imponente arco de Cabo San Lucas de fondo. Pensó que se veía como en el último sueño que habían compartido juntos hacia tiempo atrás. Y se veía mejor que antes, más guapo, más joven y más fuerte.
— Usted es tan patético – dijo la voz en la oscuridad.El Conde Di Tella estaba atado en la oscuridad y escuchaba su respiración jadeante y entrecortada como única ambientación en el lugar. La escena le recordó a cuando mantuvo cautiva a Victoria Greco en un lugar muy similar. Sentía su propia sangre caliente correr desde algún punto fracturado en su cráneo hasta el suelo. El goteó leve, pero constante, le hacía pensar que, si no salía de allí pronto, moriría desangrado, tal y como había dejado morir a muchos de sus rivales cautivos en el pasado. Pensó en su hija, Alexandra, y de pronto, se sintió más tranquilo, casi tanto como si hubiera tomado una de sus pastillas para dormir.— Así, que después de todo abandona el negocio – dijo de nuevo la voz. El Conde se esforzó en identificar de quien se
Michael salió del hospital una semana después de que la policía por fin realizará una exhaustiva revisión en él laberinto subterráneo de la casa de Isola. Decomisaron todo lo que había dentro, desde las armas y las municiones, hasta el equipo médico y medicamentos controlados y de alto riesgo almacenados allí. Recuperaron al menos media docena de cadáveres dentro, algunos ya en avanzado estado de descomposición y otros más ni siquiera pudieron ser encontrados en su totalidad. Aquella propiedad quedaba al resguardó del gobierno francés, que mantenía las cintas prohibitivas por el momento, pero que en el futuro quizá decidiera darle un nuevo uso.Michael miraba las noticias, desde donde una corresponsal delgaducha y pecosa decía que la casa de Isola se había vinculado a la Familia Di Tella y que aquello era solo uno de sus muchos centr
— “Camina por los pasillos hasta llegar a un espacio amplio, tan grande como una sala de estar, la reconocerás por el sonido del agua que proviene del río en el exterior” – Costa se despertó recordando esta frase una y otra vez. Había visto a Rosella en sueños tal como había sucedido en ocasiones anteriores y ella le había dicho como llegar hasta el lugar donde Leone la mantenía cautiva. Parecía una locura, pero así había sucedido, todo este tiempo había visto toda clase de proezas supuestamente hechas por el amuleto Dragón y su mente racional se había negado a aceptar completamente que fuera en verdad algo mágico, pero ahora, el amuleto parecías ser, paradójicamente, su última oportunidad. Debía rescatar a Rosella, y debía hacerlo soló. Alexandra y Michael habían ofrecido su ayuda sin
Lucas Valdés escuchaba con creciente repulsión el plan de Leone Bellini. Estaban en un restaurante, y Lucas sentía que, de un momento a otro, devolvería la comida que tanto había disfrutado; aquello de lo que hablaba Leone Bellini era absurdo y enfermo a la vez, y para colmo, ni siquiera se trataba de un encargó del todopoderoso Conde Di Tella.— Lo siento, Leone, no puedo ayudarte – dijo Valdés. Sacó su billetera y pagó la cuenta dejando una modesta propina. No esperó que el hombre al que había servido durante tantos años respondiera, e impulso su silla de ruedas a la salida, se deslizo en la rampa para discapacitados y dio las gracias a un empleado que le sostuvo amablemente la puerta para que pudiera salir.— Gracias – dijo al chico, que asintió con una franca sonrisa.Lucas se dirigió a su automóvil aparcado detrás del resta
Rosella estaba en lo alto de un peñasco, no hacia frio y la sensación de hambre voraz había desaparecido. Contempló unos segundos el cielo, donde podían verse una cantidad infinita de estrellas, que iluminaban el cielo con la intensidad de miles de fuegos artificiales. Rosella bajó la mirada y vio que tenía puesta una túnica blanca. Contempló sus pies descalzos y tanteó el amuleto debajo de su ropa. Brillaba y emitía el mismo calor reconfortante de siempre.Abajo, la vastedad del paisaje era asombroso, las praderas resplandecían con vida propia y una fresca lluvia caía y hacia florecer los verdes y extensos campos. En el cielo brillaban dos lunas diminutas y muy bellas que decoraban el cielo nocturno como si fueran los ojos de un gigantesco dios que mirará su creación desde un punto lejano del universo; fue entonces, cuando supo que estaba en un mundo que no era su mundo.
Último capítulo