—¡Eso no es cierto! —gritó Rossyn, con la voz desgarrada, temblando desde el alma.
El silencio en la iglesia era tan pesado que parecía que todos contuvieran el aliento. Su corazón latía con fuerza, como si fuera a salirse del pecho. No podía creerlo. No podía comprender cómo alguien podía acusarla de algo tan vil… y justo hoy.
Los hermanos Hang, con el rostro endurecido por la indignación, se adelantaron sin dudar y sacaron de inmediato al hombre que había irrumpido la ceremonia con aquellas acusaciones infames. Rossyn apenas podía sostenerse en pie.
Volteó desesperada hacia Alfredo, sus ojos brillaban con lágrimas contenidas.
—Por favor… —suplicó—. Cree en mí. Nada de eso es cierto. No tiene sentido, es una mentira… ¡Una maldita mentira!
Alfredo no dijo nada. Solo la miraba. Y ese silencio dolía más que cualquier grito. Ese silencio era una duda que la atravesaba.
Los padres de Alfredo se acercaron presurosos, visiblemente alarmados.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó su madre, con