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Anahí se acercó a él con pasos temblorosos, pero decididos.Sus ojos estaban anegados en lágrimas, pero su rostro no mostraba debilidad, sino una mezcla peligrosa de tristeza contenida y orgullo herido.El portón de la mansión se abrió con un crujido metálico, y por un instante, Alfonso creyó que aún había algo de piedad en su corazón, una puerta entreabierta hacia la redención.—¡Escúchame, Anahí! —suplicó él, dando un paso al frente.—Habla —respondió ella con voz firme, sin apartar la vista—. Tienes pocos minutos.Pero el destino, cruel y preciso como un verdugo, no le dio tiempo.Un taxi frenó de golpe frente a ellos. La puerta se abrió y descendió una mujer vestida con ropas ajustadas, su cabello suelto alborotado por el viento, los labios rojos como el pecado. Anahí sintió que el suelo bajo sus pies se resquebrajaba. La reconoció al instante. Era la misma mujer que había visto con Alfonso. Aquella imagen fugaz que se le había quedado clavada como una espina en el corazón.El mund
Al día siguiente, la mañana trajo consigo un aire distinto. Había algo denso, algo que dolía incluso sin nombrarse.Bruno llegó temprano. Tocó la puerta con decisión, y cuando Anahí salió a recibirlo, se quedó mirándola en silencio. Ella lo observó por un largo instante. Sus ojos estaban apagados, sin el brillo de otras veces. Aun así, asintió con suavidad, como si esa decisión no naciera del corazón, sino del cansancio.—Voy a casarme contigo este fin de semana, Bruno —dijo al fin, con voz firme, aunque por dentro se le quebraba el alma.Los ojos de Bruno se iluminaron como un niño al recibir su regalo más deseado.Se levantó de golpe, y su sonrisa se estiró de lado a lado. Abrió los brazos y la abrazó con fuerza.—¡Anahí! ¡Yo te amo! Te juro que seré el mejor esposo para ti... y el mejor padre para tu hijo. No te voy a fallar. Nunca.Ella sonrió apenas, asintió otra vez, pero algo dentro de ella se resistía, como una parte rota que gritaba en silencio. El abrazo de Bruno, en lugar de
Hermes estaba frente al espejo, ajustándose la corbata, el rostro serio y distante. La boda de Anahí no era algo que le trajera alegría, pero sabía que debía estar allí, como testigo, por la amistad que los unía. La decisión no fue fácil, y aunque por dentro se revolvía, la lealtad a la mujer que había estado en su vida desde hacía años lo mantenía firme.Su mente se perdía entre pensamientos confusos y fragmentados. El simple hecho de pensar en esa boda lo incomodaba profundamente.Lo lamentaba por Alfonso.Cuando sus dedos rozaron el teléfono en el bolsillo de su chaqueta, casi ni lo notó. Fue el sonido de la vibración lo que lo hizo reaccionar, y al instante, su jefe de guardias apareció en la pantalla.—¡Señor Hang! ¡Tenemos una noticia urgente! Alondra por fin reveló quién es su cómplice y su amante —la voz de su subordinado sonaba urgente, tensa.Una corriente de tensión recorrió su cuerpo.Hermes sentía como si el aire de la habitación se hubiera espesado, como si algo en su int
Anahí se alejó, con el corazón en la garganta y los latidos retumbando en sus oídos.Caminaba con pasos rápidos, casi torpes, como si su propio cuerpo quisiera escapar del infierno, que su mente todavía no lograba comprender del todo.No volteaba, no quería hacerlo. Le ardían los ojos por las lágrimas contenidas, pero no podía llorar. No allí. No frente a él.Y entonces, como una daga helada en mitad de la espalda, escuchó su voz.—¡Anahí!Se detuvo. El sonido de su nombre en esa voz que tanto había amado, y que ahora le producía náuseas, la paralizó. Su respiración se entrecortó, sus puños se apretaron.Era como si el tiempo se hubiese congelado a su alrededor.Lentamente, giró sobre sus talones, como si su cuerpo ya no le perteneciera.Allí estaba él. Bruno.Impecable, con su traje negro, su cabello perfectamente peinado, y esa expresión serena que solo los verdaderos monstruos pueden sostener después de haber destrozado tantas vidas.La miraba como si nada, como si no hubiera destru
Alfonso sintió un escalofrío recorriéndole la espalda, una sensación helada de presentimiento. El aire pareció vaciarse de sus pulmones.—¿Cómo que en peligro? —murmuró, como si le costara aceptar esas palabras—. ¿Qué pretende ese infeliz?—No lo sé con certeza —dijo Hermes, apremiante—, pero no podemos dejarla sola con él. Bruno ya no es solo un farsante, Alfonso… es un traidor. Y alguien como él, cuando se ve acorralado, es capaz de todo.Alfonso sintió que las piernas le temblaban.Durante tanto tiempo había querido proteger a Anahí, a su hijo y demostrarles su amor, y ahora verlos en manos de un desalmado, le hizo sentir como un fracaso como hombre.—Tengo que llegar —dijo con los dientes apretados—. Si le hacen daño, si él le pone una mano encima…No terminó la frase. Dio media vuelta y corrió hacia su auto con renovada furia, como si cada segundo fuera una gota de sangre derramada.Hermes fue tras él, encendiendo también su vehículo. Ya no era solo una carrera para impedir una bo
—¡¿Qué has dicho, Anahí?! ¡No puedes hacerme esto! —bramó Bruno, con los ojos desorbitados por la incredulidad.Pero Anahí no lo miró. Su rostro permanecía sereno, inexpresivo, como tallado en piedra. Su mirada estaba fija en el juez, que, a pesar de su neutralidad profesional, parecía haberse petrificado por la tensión del momento. El silencio en la sala era espeso, como si el aire se hubiera vuelto irrespirable.Darina, con el pequeño Freddy en brazos, se apresuró a salir del recinto. El niño se había aferrado con fuerza a su cuello, como si presintiera el caos que se desataba a su alrededor. Darina no podía creer lo que acababa de escuchar, pero no permitiría que su sobrino presenciara una escena tan cruda. El escándalo era inminente, y todos lo sabían.Mientras tanto, Bruno apretaba los dientes con tanta fuerza que los músculos de su mandíbula parecían a punto de estallar. Su expresión se deformó en una mueca de rabia y frustración. Nunca había imaginado que Anahí tendría el valor
Alfonso condujo en silencio durante largo rato.Las luces de la carretera se deslizaban como sombras sobre su rostro tenso.En el asiento trasero, Anahí se había quedado dormida, acurrucada junto a Freddy, quien dormía profundamente con la carita apoyada sobre el regazo de su madre. Alfonso los miró por el espejo retrovisor con una mezcla de amor, culpa y una tristeza tan honda que le oprimía el pecho.Hoy casi los pierde.Y todo, por su ceguera, por su pasado, por los errores que se empeñaba en repetir.«Todo esto es mi culpa», pensó, apretando el volante con fuerza.«Merezco este dolor. Les he fallado tantas veces, y aún no sé si tengo lo necesario para ser el hombre que ellos merecen. Pero los amo. Los amo tanto, que estoy dispuesto a hacer lo que sea para ser mejor. Lucharé, aunque me cueste el alma».La cabaña apareció entre los árboles como un refugio perdido en medio de la nada.Estacionó sin hacer ruido. Anahí despertó, apenas el coche se detuvo, con los ojos aún cargados de su
Al día siguienteEl aroma a café recién hecho flotaba en el aire, envolviendo la cabaña con un calor reconfortante.Anahí abrió los ojos lentamente, sintiendo el cuerpo aún adormecido. Por un momento, la calma de la mañana la envolvió, hasta que escuchó ruidos provenientes de la cocina.Se frotó los ojos y se sentó en la cama, percibiendo cómo su estómago rugía ante el olor tentador.Se levantó con cautela y, descalza, avanzó por el pasillo de madera.Al llegar a la cocina, se detuvo en seco.Alfonso estaba allí, de espaldas a ella, moviéndose con una facilidad inesperada entre los sartenes.Su cabello aún desordenado y su camiseta ajustada lo hacían parecer extrañamente más hogareño de lo que jamás lo había visto. Cuando notó su presencia, se giró y sonrió.—Buenos días —saludó con suavidad, sirviendo una taza de café y acercándosela—. Freddy aún no despierta. Estoy preparando sus panqueques favoritos.Anahí miró la mesa. Además de los panqueques, había un plato con fruta fresca, cort