Anahí estaba destrozada, llegaron hasta el colegio de Freddy, pero los pensamientos de Anahí estaban embrujados de rencor y dolor.
Su mirada se perdía entre los espacios vacíos del jardín mientras las lágrimas se deslizaban silenciosamente por su rostro.
Bruno la observaba desde unos pasos atrás, con los brazos cruzados y una sonrisa apenas perceptible en sus labios.
No era una sonrisa amable. Era la mueca retorcida de quien se siente triunfador en medio del dolor ajeno.
Él sabía cuánto le dolía.
Había presenciado cómo su mundo se derrumbaba una y otra vez por culpa de ese hombre al que aún amaba. Y, aun así, se alegraba.
“Esta tonta… mientras más siga creyendo en mí, peor le irá, no debo dejar que crea en ese imbécil de Alfonso, por eso, tengo un golpe final”, pensó con crueldad, disfrutando en silencio de su aparente victoria.
Cuando Anahí llegó por su hijo, trató de recomponerse, de borrar el rastro de su tristeza.
Pero Freddy, con su pequeña alma sensible, lo notó de inmediato.
—M