Darina estaba atrapada en el tráfico denso y caótico de la ciudad.
El volante temblaba entre sus manos sudorosas mientras su corazón latía a un ritmo desquiciado.
Cada minuto que pasaba sentía que el mundo se derrumbaba a su alrededor.
El cielo estaba cubierto de nubes grises que anunciaban tormenta, como si el universo supiera que algo terrible estaba por suceder.
Quiso acelerar, rebasar a todos, correr sin freno… pero no podía.
Tenía que mantener el control, aunque por dentro se sintiera a punto de romperse.
—No, no... no puede habérselos llevado… —susurró con voz temblorosa, mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas sin que pudiera detenerlas.
Su garganta se cerraba con angustia, y una punzada helada le atravesaba el pecho.
¿Y si ya era demasiado tarde? ¿Y si Hermes se los llevaba lejos? ¿Y si no volvía a ver a sus hijos jamás?
—¡Si me envía a prisión…! —murmuró, con un nudo de desesperación en la garganta—. ¡Pero no voy a dejar que me los arrebate! ¡No!
Su pie presionó