El corazón de Darina golpeaba con fuerza contra su pecho, como si en cualquier momento fuera a estallar. Sentía que la sangre le zumbaba en los oídos y que las piernas apenas la sostenían.
Ahí estaba él.
Hermes.
Acostado en la cama… con sus hijos.
La escena tenía algo casi sagrado, como una pintura familiar arrancada de otro tiempo nunca visto, uno más feliz.
Pero para Darina no era más que una profanación.
Ese hombre no tenía derecho a estar ahí. No en su casa. No con sus hijos. No en su vida.
Sintió un estremecimiento de miedo recorrerle la espalda, seguido por un escalofrío de rabia tan intenso que por poco le roba el aliento.
Hermes no era solo un intruso. Era un ladrón, un traidor, una sombra del pasado que regresaba con el poder de destruirlo todo. Estaba por arrebatarle lo único que había logrado conservar: a sus hijos.
Y eso… no podía permitirlo.
Con el alma sacudida por una mezcla de emociones que apenas podía entender, retrocedió en silencio por el pasillo hasta su habitación