Los ojos de Alexis se encendieron con una luz feroz, una mezcla entre esperanza y furia contenida. Su cuerpo, antes rígido, se levantó de golpe de la silla como impulsado por un resorte.
Quiso gritar, pero se contuvo, sabía que debía mantener la calma, o todo se perdería en un instante.
—¿La encontró? —preguntó con voz apenas controlada, la ansiedad le vibraba en las palabras.
El hombre que sostenía una carpeta delante de él asintió con seriedad.
—Sí. La encontré. Pero las cosas no son como usted esperaba.
Alexis tragó en seco, casi sin aliento.
—¿Dónde… dónde están? —preguntó, apretando los puños, como si pudiera sostener a sus seres queridos con fuerza física.
—En Ovyu —respondió el investigador, extendiendo la carpeta abierta—. Viven en un edificio humilde, muy cerca del mar. Su hija está inscrita en una escuela pública, y su esposa… bueno, trabaja.
—¿Dónde? ¿En qué? —el tono de Alexis se volvió urgente, casi como un rugido contenido.
—En un bar —dijo el hombre con cautela, como si