Gustavo no soltaba a Sienna ni un segundo.
La sujetaba con fuerza, como si al dejarla ir pudiera perderla para siempre.
El temblor de sus manos contrastaba con la firmeza con la que la arrastraba por los pasillos, ignorando las miradas de los curiosos.
—¡Gustavo, detente! —la voz de Sienna se quebró, entre súplica y enojo.
Él la miró con furia, con una mezcla de dolor y desesperación que le oscurecía los ojos.
—¿De verdad, Sienna? ¿Todavía lo amas? ¿Todavía piensas en ese hombre que te humilló, que te dejó bajo la lluvia como si no valieras nada? —su voz retumbó con una rabia contenida—. ¡Él destrozó tu corazón! ¡No te merece!
Sienna bajó la mirada, incapaz de sostener su furor. Una lágrima traicionera rodó por su mejilla.
—Lo sé, Gustavo… —murmuró apenas audible—. No voy a volver con él. Pero… si quieres la verdad, aún lo amo. No es fácil cortar un amor tan grande. Él es el padre de mi hija.
La confesión le cayó a Gustavo como un balde de agua helada.
Su rabia se mezcló con impotenci