Nelly se instaló en un hotel modesto, casi a las afueras de la ciudad.
No era un lugar agradable; olía a humedad y a perfume barato, pero no tenía otra opción.
Se encerró en la habitación, cerrando la puerta con llave como si esa madera pudiera protegerla del mundo.
Cada sombra que se movía en la habitación, cada sonido lejano, le provocaba un sobresalto. Tenía miedo, un miedo profundo, ese que no desaparece, aunque quieras ignorarlo.
Las horas pasaban lentamente. Nelly no podía dormir. Se sentó en la cama, abrazando sus rodillas, con la cabeza enterrada en ellas.
Su mente era un caos.
Recordaba la violencia de Bruno, la muerte de sus abuelos, su traición hacia Ethan y la soledad aplastante que ahora sentía.
Todo se mezclaba en un torbellino de emociones que la agotaba física y mentalmente.
No podía pensar en nada más que en el dolor, en la pérdida, en la sensación de que el mundo entero estaba en su contra.
Con manos temblorosas, tomó el teléfono. Marcó un número que conocía de memor