Ethan estuvo a punto de bajar del taxi.
Su mano se tensó sobre la manija, sus dedos buscando impulso, pero luego se detuvo.
Negó con la cabeza, como si esa sola acción pudiera ahuyentar la inquietud que le recorría el pecho.
—Imposible —murmuró para sí mismo, con la voz cargada de incredulidad—. Olvidé que Nelly es una niña rica, mimada, acostumbrada a los lujos… ¿Ella vendiendo dulces en una calle? ¡Qué idiota soy!
El peso de la culpa y la sorpresa lo aplastaba.
Su mente no podía asimilar esa escena, la Nelly que él recordaba, la Nelly que siempre había estado rodeada de comodidades y sonrisas seguras, ahí, entre el polvo de la avenida y los murmullos de los transeúntes.
Respiró hondo, tratando de calmarse, y luego dijo al taxista:
—Lo siento, continúe el viaje.
El taxi siguió su camino, el motor zumbando mientras Ethan intentaba ordenar sus pensamientos, mientras su corazón se debatía entre la preocupación y la incredulidad.
Nelly, ajena al drama que su presencia provocaba en alguie