—¡No puedo! —exclamó Melody, su voz quebrándose entre la firmeza y el dolor—. No cuando sé que Nelly todavía te ama.
La tensión en el aire era tan espesa que parecía cortar la respiración.
Nelly, al escuchar su nombre en esa confesión, sintió un estremecimiento recorrerle la piel. Instintivamente, volteó hacia el interior de la mansión, donde su hijo jugaba inocente, ajeno a la tormenta que estaba a punto de desatarse.
Con un gesto rápido, lo llamó y lo envió adentro, protegiéndolo de lo que sabía sería un momento desgarrador.
Cuando volvió a mirar a Melody, su rostro estaba más sereno de lo que realmente sentía.
Su corazón latía con tanta fuerza que parecía golpear contra sus costillas, pero ella no iba a permitir que nadie lo notara.
Avanzó unos pasos hacia ellos y, con una sonrisa que ocultaba tanto dolor como orgullo, habló.
—Te equivocas, Mel. No te confundas. A mí, Ethan no me interesa en lo absoluto.
Las palabras, cargadas de una dureza inesperada, atravesaron a Ethan como cuc