—¡Mamá!
—¿Cómo te atreves a hablarme así, Melody? —la voz de Sienna retumbó en la habitación, cargada de una mezcla de dolor y firmeza—. ¿Sabes por qué perdoné a tu padre? ¡Porque lo amo! Porque nuestro amor nunca murió. Porque aprendí que si me quedaba atrapada en el odio iba a perderme a mí misma, y no estaba dispuesta a regalarle mi vida a un sentimiento tan miserable.
La respiración de Sienna se quebró, pero su mirada seguía fija en su hija.
—Y si tú no aprendes a ver más allá del odio, Melody, te quedarás sola. Te quedarás amargada, lamentándote cuando el tiempo corra y te des cuenta de que el rencor nunca valió la pena.
El silencio se volvió un muro que separó a madre e hija. Sienna, con lágrimas contenidas, salió de la habitación, dejando tras de sí un vacío imposible de ignorar.
Melody se dejó caer sobre la cama, rota. Su llanto desgarró el aire. Se cubrió el rostro con ambas manos, pero nada lograba contener el huracán que tenía dentro.
"¿Estaba mal? ¿Por qué la rabia seguía