Al llegar al hospital, Enzo cargó a la niña en sus brazos, sintiendo que el mundo a su alrededor se desvanecía.
Su corazón latía con fuerza, y la adrenalina corría por sus venas mientras corría hacia la entrada, sin importarle nada más.
La pequeña, que solía ser tan llena de vida, ahora estaba pálida y débil, y eso lo llenaba de un terror indescriptible. Era como si cada paso que daba hacia el hospital lo acercara más a una realidad que no quería enfrentar.
Detrás de él, Demetrio lo seguía casi a toda velocidad, su rostro reflejando una mezcla de preocupación y miedo. La angustia se palpaba en el aire, un peso que parecía aplastarlos a ambos.
—¡Ayuda, tengo a una niña mal! ¡Ayuda, por favor! —gritó Enzo, su voz resonando en los pasillos del hospital, llena de desesperación.
Los enfermeros respondieron rápidamente, corriendo con camillas, mientras un doctor se apresuraba a atender la situación. Enzo sintió que el tiempo se detenía.
Cada segundo que pasaba parecía una eternidad. El docto