En la mansión Dalton…
Sienna recorría los pasillos con paso apurado, el corazón acelerado y la voz temblorosa mientras llamaba a su hija.
—Melody… ¿Dónde estás, cielo?
La voz de su hija no respondía, pero unos murmullos infantiles la guiaron.
Al girar en un pasillo lateral, los vio. Allí, entre alfombras de terciopelo y cuadros antiguos, Melody sostenía a su viejo oso de peluche: el desgastado y querido Señor Pink. Era un peluche pardo al que ella misma le había atado una bufanda rosa, diciendo que lo hacía “elegante”.
Pero su prima Nelly irrumpió como una tormenta de celos.
—¡Yo lo quiero! —gritó con los ojos encendidos de capricho.
—¡Es mío! ¡Es mi Señor Pink! —replicó Melody, aferrándose con todas sus fuerzas al muñeco.
Tironearon, se empujaron, forcejearon… hasta que Señor Pink cayó al suelo. Melody lo miró como si hubieran arrojado al suelo su alma.
—¡Tiraste a Señor Pink! —chilló con voz temblorosa.
—¡Eres una llorona! —replicó Nelly con sorna—. Le voy a decir a mi tío Dalton qu