Alexis se encontraba tenso mientras caminaba hacia el despacho del abogado. Cada paso que daba parecía resonar en sus pensamientos, recordándole todo lo que había pasado: la traición, la mentira y el dolor que lo había consumido durante meses.
Cuando llegó, abrió la puerta con determinación y se encontró con el abogado esperándolo, un hombre serio que ya conocía su historia.
—Debemos tener pruebas —dijo el abogado, apoyando los codos sobre la mesa y mirándolo con intensidad—. Sin pruebas sólidas, no podemos demostrar nada.
Alexis asintió, con la mandíbula apretada.
Sus manos temblaban ligeramente, no de miedo, sino de la ira contenida que lo recorría desde que descubrió la verdad.
No podía permitir que Gustavo Sainz quedara impune después de todo el daño que había causado a su familia.
—Lo sé —respondió—. Por eso llamé al investigador. Quiero verlo… quiero ver a ese hombre. Al empleado de Gustavo. Necesito que diga la verdad.
El investigador privado, un hombre meticuloso y acostumbrad