—¡Nunca! —gritó Alexis, la voz quebrada y los ojos llenos de rabia y desesperación—. Nunca te daré el divorcio, Sienna. ¡Tú eres mía! —sus palabras retumbaban en el pasillo del hospital, cargadas de un dolor que parecía arrancarle el alma—. Y me amas a mí, aunque no recuerdes nada. Soy tu amor, y tú eres mi amor. No voy a permitir que te quedes con este mal hombre. No voy a dejarlo, no mientras respire.
Gustavo avanzó un paso, su mirada fija, desafiante, buscando dominar la situación. Pero Sienna, con una calma gélida que helaba la sangre de ambos hombres, lo detuvo con un gesto firme.
—¡Te guste o no, Sienna y yo nos vamos a casar! —dijo Gustavo, tomando con fuerza la mano de Sienna y llevándola consigo, como si esa unión le diera derecho a todo—.
Alexis se quedó paralizado, incapaz de reaccionar por un instante.
El tiempo pareció detenerse mientras veía a Sienna alejarse con el hombre que había traicionado tantas veces su confianza, su amor, y su paz. Con manos temblorosas, sacó su