Sienna llegó al salón de fiestas acompañada de su padre, Orla y Félix.
Desde el momento en que cruzaron la puerta, la magnitud de la celebración la golpeó.
Todo estaba impecable: la lujosa decoración, los arreglos florales que destellaban bajo la luz cálida de los candelabros, las mesas vestidas con manteles de seda y cristalería reluciente.
Era un escenario de ensueño, diseñado para enamorar a cualquiera, pero Sienna no podía sentir otra cosa que asco y rabia.
Cada sonrisa falsa, cada saludo efusivo de los invitados, le provocaba un escalofrío de repulsión.
Frente a ella, familiares de Gustavo, socios de negocios y empleados de confianza llenaban el salón, todos con miradas de admiración y entusiasmo, ignorantes del conflicto que ardía en su interior.
Amigas y amigos cercanos, familiares de ambos lados, todos reunidos para celebrar lo que para ellos era un acontecimiento de amor y felicidad.
Sienna respiró hondo, ajustando su vestido rojo, sangre que le abrazaba la figura de manera p