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Capítulo: Lo que haces en nombre del amor

Sienna llegó a casa temblando. Cerró la puerta tras de sí como si pudiera dejar afuera esa tormenta de dolor que había comenzado a devorarla.

Su corazón latía con fuerza, sus piernas le flaqueaban. Cada rincón de la casa le parecía hostil, como si la acusara.

Subió las escaleras casi a ciegas y entró en la habitación de su hija. Melody dormía profundamente, abrazada a su osito de peluche, ajena al huracán que amenazaba con destrozar su mundo.

Sienna la observó con los ojos brillantes.

Su hija, su pequeña de cuatro años, tan frágil y perfecta. Se arrodilló junto a la cama y acarició su caballito con dedos temblorosos.

—No dejaré que destruyan tu vida, mi amor. Lucharé por nosotras, lo juro.

Pero al bajar, escuchó pasos en la entrada. Un sonido que le heló la sangre. Alexis.

Corrió al vestíbulo, y al verlo, su corazón se encogió.

Él no estaba solo. Tessa venía detrás, con una mirada oscura, satisfecha.

—Alexis… —susurró Sienna, pero no pudo terminar.

Él avanzó hacia ella con una furia contenida.

La tomó del brazo sin delicadeza y la empujó al suelo. El golpe fue duro, pero más le dolió el desprecio en su mirada.

Alexis, su esposo, el hombre que alguna vez la adoró, la miraba ahora como si fuera una extraña.

—¡Alexis! —gimió, con lágrimas brotándole sin control—. Me conoces… ¡Mírame! Yo no soy una infiel. ¡Esto debe tener una explicación! ¡Déjame explicarte, por favor!

—¡Cállate y vete! —rugió con una voz que no parecía suya—. Mañana te veré en los laboratorios de Gustavo Sainz. Vamos a hacer esa prueba de ADN. —La apuntó con el dedo como si fuera un enemigo—. Reza porque Melody sea mi hija, Sienna. Porque si no lo es… solo Dios sabe lo que haré contigo.

Sienna sollozó y negó con la cabeza, desesperada.

—¡Es tu hija, maldita sea! ¡Créeme! Nunca estuve con nadie más, no sé por qué aparezco en ese video con ese hombre… ¡No sé nada! Por favor, créeme, mi amor. No me hagas esto…

Desde el suelo, intentó alcanzar su pierna, una súplica muda, una caricia desesperada… pero él retrocedió.

Como si su contacto le quemara. Se giró dándole la espalda, sin mirarla siquiera.

—¡Vete!

—¡No! —gritó ella, arrastrándose detrás de él—. ¡No puedes hacerme esto, Alexis! ¡Tú sabes la verdad! En el fondo de tu alma, sabes que no te traicioné…

Los guardias, alertados por la tensión, se acercaron. La sujetaron con cuidado, pero con firmeza, mientras ella forcejeaba y gritaba desgarradamente.

—¡Alexis! ¡No lo permitas! ¡No me saques de aquí! ¡¡Por favor!!

Él se tapó los oídos. No quería oírla. No podía. Si escuchaba un segundo más, tal vez se derrumbaría. Tal vez la perdonaría.

Y no quería perdonar.

Tessa lo vio en silencio. Luego se acercó y lo abrazó por detrás, con una falsa dulzura que pretendía consolarlo.

—Lo siento tanto, Alexis. Ella es una traidora. Quisiera poder devolverte el tiempo. Si tan solo me hubieras elegido a mí… ahora tendrías a una esposa buena y fiel. Te habría hecho feliz.

Sus palabras lo cortaron por dentro como cuchillas. No porque fuesen ciertas… sino porque lo alejaban aún más de la verdad que él no quería enfrentar: aún la amaba.

¿Por qué? Si amaba a otro, ¿por qué no se lo decía? Incluso podía aceptar perderla... pero no así, no con una traición.

Se soltó del abrazo de Tessa y se alejó.

—Alexis… —dijo ella, herida.

—Necesito estar solo. Vete.

Tessa lo observó con el ceño fruncido.

Su frustración se desbordaba por dentro.

«Ningún hombre perdona una infidelidad. Lo siento, hermanita.»

Su mirada se volvió más oscura. Más decidida.

Sienna caminaba sin rumbo fijo bajo la lluvia, con los brazos cruzados sobre el pecho como si eso bastara para proteger su corazón hecho trizas.

No le permitieron llevarse el auto, ni una maleta, ni siquiera la dignidad.

Avanzaba como un fantasma en medio de la noche, entre calles vacías y luces de neón que parpadeaban con indiferencia.

Era como un barco a la deriva, sin timón, sin rumbo, sin puerto.

El agua fría empapaba su ropa, pero no sentía nada. El cuerpo le dolía de tanto contener el llanto.

¿Cómo había llegado a este punto? ¿Cómo podía el amor más profundo convertirse en el castigo más cruel?

De pronto, una luz fuerte la cegó. Un auto frenó de golpe frente a ella, y su corazón se paralizó.

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