Sienna sintió que el mundo entero se derrumbaba a su alrededor.
Un terror profundo, absoluto, se apoderó de cada fibra de su ser.
Las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas, calientes y persistentes, mientras su corazón latía con fuerza, golpeando contra su pecho como si quisiera escapar.
—¡No puede ser! —susurró entre sollozos, con la voz quebrada, apenas audible—. ¡Nuestro bebé…!
Alexis, desesperado por calmarla, la abrazó con fuerza.
Su propio corazón latía al ritmo de los sollozos de Sienna, cada golpe como un eco de su miedo y de su amor por ella y por aquel pequeño ser que aún no podía sostener en brazos.
La ginecóloga continuó explicando el tratamiento y los cuidados necesarios, pero cada palabra parecía hundirlos más en un océano de miedo, incertidumbre y angustia.
—Sienna, muchas mujeres han pasado por esto y lo han logrado. Tú también lo lograrás —dijo la doctora con voz firme, intentando infundir esperanza—. Ten fe y valentía, cuídate mucho. Es posible que este segundo