Alexis llegó corriendo, con el corazón, latiéndole a mil por hora, el sonido de sus pasos, resonando en el pasillo como un tambor que anunciaba el caos y la preocupación.
Orla, al verlo aproximarse, no dudó un segundo: se apartó de aquel hombre con determinación y se lanzó hacia su hermano con los brazos abiertos y los ojos brillantes por la mezcla de miedo y esperanza.
—¡Hermano! —gritó con voz entrecortada, sintiendo que el aire mismo se cargaba de tensión.
Alexis la sostuvo entre sus brazos, palpando la urgencia en su rostro, y su voz salió cargada de ansiedad.
—¡¿Cómo está?! ¿Qué pasó? —preguntó, con un hilo de desesperación en el tono, como si cada palabra fuera un suspiro que intentaba controlar.
Orla tragó saliva, y sus propios nervios le hicieron temblar los labios.
—Hermano… Sienna está embarazada.
Los ojos de Alexis se abrieron de par en par, incrédulos, como si la realidad se hubiera detenido por un instante frente a él.
La incredulidad le robaba la voz, y sus manos, que an