La mujer sonrió con frialdad, una sonrisa torcida que no escondía ni un ápice de malicia.
Sus ojos brillaban con codicia y soberbia, como si tuviera todo bajo control.
—Lanza la mochila —ordenó, con voz firme, mientras apretaba la mano de la niña.
Demetrio tragó saliva, sintiendo cómo el corazón se le estrujaba en el pecho.
Podía escuchar el leve sollozo de su hija, sus lágrimas rodando como dagas sobre su pequeño rostro. Cada segundo que pasaba era un tormento.
—No —replicó con un tono ronco, pero decidido—. Primero me darás a mi hija, sana y salva. Solo cuando esté en mis brazos te daré el dinero.
La mujer lo miró con furia. La rabia la hizo tensar la mandíbula, y el brillo de sus ojos se volvió aún más oscuro.
—¡Papi! —lloró la niña, con una vocecita quebrada que desgarró el alma de Demetrio.
—¡Ya basta, deja de llorar! —rugió la mujer, tirando bruscamente de la mano de la pequeña, obligándola a caminar hacia el hombre que esperaba desesperado.
Cada paso de la niña hacia él fue un t