La ambulancia llegó a toda prisa, iluminando la noche con las luces rojas que se reflejaban en las paredes de los edificios cercanos.
El ulular de la sirena resonaba en los oídos de Nelly como un recordatorio constante de que la vida de Ethan pendía de un hilo.
Los paramédicos abrieron las puertas con rapidez y, sin perder tiempo, colocaron al hombre en una camilla.
La sangre seguía brotando de la herida, aunque el médico aseguró que parecía un roce.
Sin embargo, para Nelly, verlo así era como sentir que el suelo desaparecía bajo sus pies.
Ella subió a la ambulancia, temblando, con lágrimas que no podía contener.
Tomó con fuerza la mano de Ethan, la sostuvo con ambas manos, como si aferrarse a él fuera la única manera de impedir que se le escapara de nuevo.
Ethan, pálido, respiraba entrecortado, pero aún tuvo la fuerza para mirarla.
Sus ojos, aunque apagados por el dolor, brillaban con un destello de vida que le daba esperanzas.
El trayecto fue eterno. El llanto de Nelly no cesaba, y