—¡Demetrio! ¿Qué estás haciendo? —exclamó ella, la voz rota por una mezcla de reproche y pánico.
Él la miró con una sonrisa lenta, como si sostuviera una verdad a punto de estallar.
Sus ojos brillaron con una determinación que la desarmó.
—Lo que debí hacer desde hace tiempo —respondió—. Entenderás que te amo. Que eres mi amor, que eres mi vida.
Aceleró el paso con la seguridad de quien ya no teme las consecuencias.
Ella se quedó inmóvil unos segundos; por fuera fingió frustración, palabras duras que salían en un hilo áspero, pero por dentro su pecho latía con una fuerza que le dolía en las costillas.
Ese latido la traicionaba: la verdad era que, aunque quisiera negarlo, algo dentro de ella respondía a cada gesto suyo, ¡Anhelaba ser salvada por él! Nunca lo dejó de amar.
Y eso la aterraba.
***
El salón estaba en silencio expectante.
Las lámparas arrojaban una luz dorada sobre mesas impecables, copas, flores; la música se había detenido como si el mundo hubiera contenido la respiración