Tarah se encontraba en el hospital, no quería estar ahí, se sentía asfixiada y muy asustada, pero no podía irse.
La luz fría y artificial iluminaba las paredes blanquecinas, creando una atmósfera que le resultaba una tortura cruel.
Deseaba salir de allí, pero la presencia de su padre a su lado la mantenía atrapada en una pesadilla que parecía no tener fin.
La angustia se reflejaba en su rostro, mientras sus pensamientos seguían hacia su embarazo, apenas llegó a casa, no pudo ocultarlo, y cuando quiso fue tarde, su padre revisó en sus pertenencias, y encontró esa prueba de embarazo. Todo fue cuesta abajo.
Se volvió loco y solo dijo una frase que le heló la sangre “¡Abortarás”!, prometió hacerlo, pero aquí y ahora, no se sentía capaz de matar a su propio hijo.
—¡Lo harás! O te juro que haré que tu madre pague por tener a una hija zorra —gritó él, su voz resonando con una furia que helaba la sangre.
Las palabras eran como cuchillos, atravesando su corazón y llenándola de dolor.
Tarah sint