—¡Jeremías!
Tarah corrió a sus brazos, como si él la entendiera, como si fuera su único héroe en el mundo, su salvador.
En ese momento, todo lo que había pasado se desvaneció, y solo existía esa conexión que las circunstancias habían forjado entre ellos.
Pero, en cambio, Jeremías la alejó, tomándola con fuerza de los hombros, como si temiera que su cercanía pudiera desatar un torrente de emociones que no sabía cómo manejar.
—¿Estás embarazada?
El miedo se apoderó de Tarah.
Vio algo en sus ojos, una mezcla de sorpresa y desilusión, mientras las lágrimas comenzaban a caer por sus mejillas.
Luego, asintió lentamente, como si cada movimiento le costara una eternidad.
—Sí, lo estoy… es nuestro hijo —dijo, tocando su vientre con una ternura que contrastaba con la angustia que sentía en su corazón, como si se aferrara a él, buscando consuelo en la vida que llevaba dentro.
Jeremías la soltó de repente y dio un paso atrás, como si el contacto físico hubiera sido un choque eléctrico que lo dejó