—¡Sienna, no! —exclamó con un grito que salió de lo más profundo de su pecho, lanzándose hacia ella para cubrirla con sus brazos—. Jamás te pediría algo así… ¡Jamás!
Sienna lo miró con ojos desorbitados, el corazón golpeándole en el pecho como si quisiera salirse de él.
Sus manos temblaban, su respiración era rápida y entrecortada. La desesperación la consumía, y con un grito que parecía desgarrarla desde dentro, respondió:
—Entonces, ¿qué quieres de mí? Nadie ayuda por nada, nadie puede ser tan bueno… ¿Qué buscas? ¿Qué quieres de mí? ¡Maldita sea, dímelo de una vez!
El hombre la sostuvo firme, sus ojos llenos de una intensidad que casi la aterraba.
Con voz firme, pero cargada de una emoción que parecía romperle el alma, pronunció:
—¡¡Soy tu hermano!!
Sienna se quedó paralizada, incapaz de dar crédito a lo que escuchaba.
Sus manos temblaron y su cuerpo quedó casi rígido.
Lo miró como si él fuera un completo loco, incapaz de entender cómo aquello podía ser posible.
—¡¿Qué has dicho?! —