En el despacho, el aire se sentía denso, como si algo invisible aplastara cada rincón del lugar.
Alexis Dalton caminaba de un lado a otro, sin poder quedarse quieto ni un segundo.
El reloj marcaba los minutos con un tic-tac que parecía burlarse de su ansiedad.
Su corazón palpitaba con violencia.
—Por Dios… —murmuraba una y otra vez, en un susurro desesperado—. Que sea mi hija… por favor, que sea mi hija…
Su mente no podía dejar de repetirlo.
El pecho le ardía, el estómago le dolía. Era como si el alma estuviera a punto de escapársele por la boca.
Melody.Su niña. Su pequeña.
Tenía que ser suya. Tenía que serlo.
No soportaría perderla.
No ahora.
De pronto, unos brazos lo rodearon suavemente desde atrás.
Tessa.
—Cuñado… —dijo con voz melosa, casi inocente—. Y si la niña no es tu hija… ¿Qué vas a hacer?
Alexis se separó de inmediato. Un escalofrío terrible le recorrió la espalda. Era como si algo dentro de él le gritara que se alejara.
—No… no lo sé —balbuceó, bajando la mirada, roto, como un niño que ha perdido todo.
Tessa ladeó la cabeza, mirándolo con falsa ternura.
—Aun si Melody fuera tu hija… ¿Podrías vivir con el hecho de que mi hermana te fue infiel? ¿Podrías perdonarla sabiendo que se entregó a otro hombre? —susurró con crueldad disfrazada de preocupación.
Alexis alzó la mirada. Sus ojos eran fuego. La rabia lo invadió como una tormenta repentina.
Ella había tocado la herida. La herida que aún supuraba.
La herida de la traición.—¡Cállate! —gritó, su voz tembló de furia—. ¡Por Melody… tal vez… tal vez soy capaz de todo!
Giró, dándole la espalda. Quería huir de ella, de sus palabras, de ese veneno que lo estaba envolviendo poco a poco.
Tessa se quedó inmóvil, congelada.
"No puede ser..."
Sus labios se tensaron.
La puerta se abrió con un leve chirrido.
Sienna entró, todo su cuerpo temblaba, pero se convenció de que hoy por fin iba a ver la verdad, de que Alexis iba a saber que ella no era una esposa infiel, ahora no solo sería su voz, habría pruebas contundentes.
Sus ojos encontraron a Alexis al instante.
Su cuerpo se tensó, las lágrimas asomaron sin permiso. Quiso correr hacia él, abrazarlo, explicarle, rogarle… Pero la mirada de Alexis fue fría.Distante.
Desconocida. Ya no era el hombre con que se casó, eran dos desconocidos.
Era esa mirada que una vez le dedicó a los extraños o a sus peores enemigos. Ahora, ella era uno de ellos.
Sienna bajó la vista y tomó asiento, con el corazón en un hilo.
Tessa la miró con odio.Alexis no volvió a mirarla en absoluto.
Segundos después, el abogado entró.
—Señor Dalton… —anunció—. Ha llegado el dueño de los laboratorios Sainz.
Gustavo Sainz cruzó la puerta con paso firme.
Sienna lo miró y un leve suspiro de alivio escapó de sus labios, él traería la verdad, él era el único que hasta ahora no le dio la espalda.Él estaba allí.
Él traía la verdad.
La única verdad que podía salvarla.
El sobre fue entregado.
Todos en la sala parecían contener la respiración, todos esperaban impacientes.
El abogado lo sostuvo un momento. Tessa lo observaba como un halcón.
Gustavo, sereno por fuera, estaba desgarrado por dentro.
Sienna sentía que su corazón iba a estallar, necesitaba escuchar la verdad, que Alexis volviera a creer en ella.
Alexis cerró los ojos.
El abogado rompió el sello.
Y entonces, con voz neutral, casi mecánica, leyó:
—Lo siento mucho, señor Dalton… el resultado es negativo. La menor Melody Dalton no es su hija biológica.