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Capítulo: Al borde del abismo

Al llegar a casa, la pequeña Melody bajó del auto con lentitud, aferrando con fuerza su peluche favorito. Sus ojos, grandes y húmedos, buscaron ansiosos a su madre, pero no la encontró. Miró entonces a su padre con el corazón encogido.

—Papito… —susurró, alzando los brazos para que la cargara—. ¿Por qué mami se fue? ¿Estás enojado con ella?

Alexis sintió un nudo en la garganta. Se inclinó y la levantó en brazos, sintiendo el peso no solo de su hija, sino también de la culpa. La culpa de haber creído en una traición que su corazón se negaba a aceptar, pero que su mente repetía como un eco cruel.

—No, mi amor… no estoy enojado —dijo con voz suave, acariciándole el cabello—. No pienses en eso.

—Quiero verla. La extraño mucho…

Alexis cerró los ojos. Le dolía cada palabra de esa niña como un puñal. Le dolía saber que la estaba alejando de su madre, de quien, en el fondo, también extrañaba desesperadamente.

—Mami está ocupada —respondió con esfuerzo—. Pero te prometo… que pronto vendrá a verte.

Melody asintió, pero no con esperanza, sino con resignación. Sabía que algo no estaba bien. Lo sentía en el ambiente, en el silencio, en la tristeza de su papá.

En la sala, Tessa se acercó con cautela a Alexis. Intentó abrazarlo, fingiendo preocupación, pero él dio un paso atrás, el gesto endurecido, el alma llena de rabia y confusión.

—Debes irte —dijo con frialdad—. Quiero estar solo.

—Pero, Alexis… estás mal. No deberías quedarte solo en este momento. Déjame ayudarte.

—¡Vete! —gritó con un tono tan seco que la cortó por dentro—. ¡No me hagas repetirlo!

Tessa bajó la cabeza, tragándose la ira. Asintió fingiendo comprensión, pero en su pecho hervía la frustración. Salió de la casa sin mirar atrás, sintiéndose por dentro una bomba a punto de estallar.

Ya dentro de su auto, apretó con fuerza el volante. Su reflejo en el retrovisor mostraba a una mujer rota, pero no vencida. Cerró los ojos y dejó que los recuerdos se apoderaran de ella.

«Era necesario», pensó con amargura.

«Me casé con un hombre viejo por dinero. Un hombre que lo gastó todo en su maldita adicción al juego, que me golpeó, que me humilló, que me rompió en mil pedazos. Me dejó sola, con mi hija Nelly en brazos. Y mientras yo luchaba por sobrevivir, Sienna… ¡Sienna tenía todo!»

Sus manos temblaban, pero no de dolor. De rabia.

«¡Yo vi primero a Alexis! ¡Lo amé antes que ella! ¡Debió ser mío! Y ahora, ella va a pagar. Haré lo que tenga que hacer. Ya nadie la verá como una santa… será una zorra, una cualquiera. Nadie le creerá. Yo me encargaré de eso».

Condujo con furia contenida hasta el hospital. Cuando llegó, no esperó. Subió con decisión hasta la oficina privada y golpeó la puerta de recepción.

—¡Díganle al señor Gustavo Sainz que me reciba! —ordenó con autoridad—. O si no, Sienna… pagará las consecuencias.

La recepcionista palideció al ver su rostro decidido. Cinco minutos después, la puerta se abrió.

Gustavo Sainz estaba detrás de su escritorio, rígido, con la mandíbula apretada. Cuando la vio entrar, sus ojos se encendieron de furia.

—¿Qué maldita cosa quieres, Tessa?

Ella caminó con elegancia, con esa sonrisa venenosa que conocía tan bien.

—¿De verdad olvidaste tu amor por mi hermana?

Gustavo sintió que esas palabras le clavaban una estaca en el pecho. ¿Cómo podía olvidarlo? ¿Cómo olvidar que Sienna fue su primer amor? ¿Su amor imposible? La mujer que siempre estuvo ahí… y que nunca fue suya.

Apretó los puños, conteniéndose.

—¡Vete al infierno! Sabes que tu hermana es incapaz de traicionar, que nunca engañaría a Alexis. ¿Estás detrás de todo esto?

Tessa sonrió. Una sonrisa lenta, calculadora.

—¿No estás cansado de mirar a la mujer que amas ser feliz con otro? ¿No te gustaría, por una vez en la vida, que ella fuera solo tuya?

—¿Qué estás diciendo?

—Escúchame, Gustavo. Solo tienes que hacer una cosa. Cuando llegue la prueba de ADN de Melody… asegúrate de que sea negativa. Que no haya coincidencia con Alexis. Entonces, él la repudiará. No habrá perdón. No habrá reconciliación. Sienna quedará sola… y tú estarás ahí. Para recoger sus pedazos.

El silencio cayó como un trueno en la habitación. Gustavo sintió que todo su mundo temblaba. El amor que había enterrado, la amargura de la pérdida, el deseo oculto de ser “el elegido” por una vez.

—¡Vete de aquí! —gritó, con el alma temblando.

Pero Tessa no se movió. Dio un paso más. Lo miró directo a los ojos, con la crueldad brillante de quien ya ha ganado.

—Si mañana la prueba confirma que Melody es hija de Alexis, verás cómo Sienna regresa a él. Verás cómo se arrastra, cómo pide perdón. Y él, tarde o temprano, la perdonará. Porque se aman. Y tú quedarás como siempre… el hombre invisible. El que nunca fue suficiente. El que dio todo… y no recibió nada.

Gustavo apretó los dientes.

—Cállate…

—¿No es injusto? —insistió ella, como una serpiente—. ¿No es injusto que tú, que la has amado sin condiciones, que jamás dudaste de ella, seas ignorado, mientras ese hombre la acusa y la humilla? ¿No mereces tú una oportunidad? ¿Una sola vez… tenerla solo para ti?

El silencio volvió. Pesado. Doloroso.

—Tu felicidad está en tus manos, Gustavo. Solo tú decides… si destruyes su mundo… o si finalmente lo haces tuyo.

Sin más, Tessa giró sobre sus tacones y salió de la oficina, dejando atrás una sombra de dudas, deseos reprimidos y un corazón al borde del abismo.

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