Dos meses después
El amanecer apenas teñía la habitación con un resplandor tenue cuando Sienna abrió lentamente los ojos.
Una semana la separaba del día previsto para traer a su hijo al mundo.
Acariciaba con ternura su vientre redondeado, aquel refugio sagrado donde por meses había latido una vida que cambió la suya para siempre. Sonrió suavemente, aunque el cansancio se notaba en su rostro.
Su esposo dormía a su lado, respirando con calma, sin saber que el destino estaba a punto de sacudirlos.
Ella lo miró con amor, con esa gratitud inmensa que solo una mujer a punto de dar vida podía sentir.
Iba a intentar incorporarse para ir al baño, cuando de pronto lo sintió: un dolor agudo, extraño al principio, casi tímido, pero que enseguida se transformó en un golpe brutal que la hizo encogerse.
—Debe ser una falsa alarma… —murmuró, jadeando, intentando convencerse.
Inspiró hondo, respiró como la matrona le había enseñado, pero apenas logró calmarse.
El segundo dolor llegó como una ola furio