Un mes después, Melody abrió los ojos con un sobresalto, el dolor la sacudía y la realidad de que su bebé iba a nacer la envolvía como una ola implacable.
Un grito desgarrador escapó de sus labios, un grito que resonó en la habitación y que llenó el aire con la intensidad de su sufrimiento.
Demetrio, que dormía a su lado, se despertó, de inmediato, su instinto paternal activo ante el llamado de su esposa.
Sin perder un segundo, se levantó, su corazón latiendo con fuerza, y la llevó al hospital.
Ella se encontraba en el asiento del copiloto del auto, su cuerpo retorciéndose por el dolor que la atravesaba.
Gritaba y gemía, tocando su vientre con desesperación, sintiendo que las contracciones se intensificaban, cada una más fuerte que la anterior.
—¡Llega ya, me duele! —gritó, su voz llena de enojo y desesperación, una mezcla de miedo y anhelo que la consumía.
Demetrio, con una mirada decidida, aceleró el auto, saltando semáforos sin pensar en las consecuencias, su única preocupación era