Un mes después.
Las pequeñas gemelas fueron dadas de alta, y el hogar de Jeremías y Tarah se llenó de alegría.
Habían pasado semanas esperando este momento, y finalmente, sus sueños se habían hecho realidad.
Para no estar lejos de ellas, decidieron comprar una incubadora y la instalaron en su propia casa.
Era un símbolo de su amor y dedicación, y contrataron a una pediatra y una enfermera que les ayudara en el cuidado de las bebés.
Sin embargo, a medida que pasaron los días, se dieron cuenta de que ya no era necesario.
Las pequeñas habían ganado el peso normal, y estaban perfectas y hermosas, cada día más fuertes.
Cada día, Jeremías y Tarah se enamoraban más de sus hijas.
Las abrazaban con ternura, arrullándolas suavemente mientras les hablaban con dulzura.
Jeremías cargaba a una niña en sus brazos, sintiendo la calidez de su pequeño cuerpo contra el suyo, mientras Tarah sostenía a la otra con un amor que iluminaba su rostro.
—Es como un sueño, por favor, no quiero despertar —dijo Jere