En el hospital, los pasillos parecían vacíos y silenciosos, como si el mundo hubiera decidido hacer una pausa para que Sienna pudiera procesar todo lo que había ocurrido.
Cada paso que daba hacia la salida se sentía pesado, como si el aire mismo la empujara hacia atrás.
Su corazón latía acelerado y su mente repasaba los recuerdos que regresaban poco a poco, como piezas de un rompecabezas que llevaba años incompleto.
El doctor entró en la habitación con los estudios en la mano y la mirada serena pero profesional.
Observó los resultados con atención y asintió, como si cada línea le confirmara lo que esperaba.
—Sienna —dijo finalmente, con voz firme, pero suave—, tu cerebro está desinflamado. ¿Cómo te sientes con tu memoria?
Ella respiró hondo, intentando controlar la avalancha de emociones que la invadía.
Cerró los ojos por un instante y, al abrirlos, los mostró llenos de determinación y una extraña mezcla de alivio y tensión.
—Ya lo recordé todo, doctor —susurró, con voz temblorosa per