—¡¿Usted?! —exclamó Tessa, con la voz quebrada, temblando, mientras sus manos se aferraban a la solapa de su chaqueta, como si de eso dependiera su vida—. ¡Por favor, no…!
Él soltó una carcajada profunda, oscura, que resonó en el estrecho pasillo y se le clavó como un cuchillo en la piel.
—Entonces resulta que usted está detrás de todo esto —dijo, sus ojos relampagueando con una mezcla de burla y amenaza—. La tierna señorita Molina, madre soltera, viuda y débil, con su hijita enferma… tratando de hundir a su hermana mayor, difamándola como si fuera una vil zorra… y la única mujerzuela aquí, señorita… ¡Es usted!
Tessa sintió que le faltaba el aire.
Sus piernas temblaban y un frío recorrió su espalda.
El corazón le golpeaba con fuerza, y en sus oídos solo resonaban aquellas palabras cargadas de veneno.
Intentó pronunciar algo, pero su voz apenas fue un hilo:
—¡Haré lo que sea, pero… por favor! ¡Que mi cuñado Alexis no se entere! ¡Por favor, no puede enterarse!
Él la miró de arriba abajo