Sienna sostenía a Melody con un brazo firme, pero tierno, como si su sola presencia pudiera protegerla de todo mal. Ella estaba durmiendo en sus brazos.
A su lado, Félix caminaba en silencio, atento a cada paso, como una sombra que estaba dispuesta a enfrentarse a cualquiera que osara acercarse.
Iban a marcharse de aquel lugar, cuando una figura robusta, de porte altivo y mirada cargada de veneno, se interpuso en su camino.
—¡¿Qué demonios haces aquí, pequeña zorra?! —escupió el hombre, su voz grave, impregnada de desprecio.
Sienna lo miró fijamente.
Ese hombre… ese al que, por tantos años, había llamado “padre”. Ese al que había intentado agradar, al que había obedecido, al que había temido.
Y ahora sabía la verdad: no era nada para ella. Ni padre, ni familia, ni siquiera un hombre digno de respeto.
Sus labios se curvaron en una sonrisa fría.
—Quítate de mi camino, Néstor Molina.
El insulto no estaba en las palabras, sino en el tono. Y fue más que suficiente para que los ojos de Nést