—¡La boda… se cancela!
La frase cayó en la iglesia como un trueno que partiera el cristal.
Todos se callaron, las conversaciones murieron en seco y por unos segundos nadie supo respirar.
Melody salió de allí como un huracán contenido: pasos largos, el velo aun ondeando a su espalda, el vestido blanco pegado al cuerpo por la tensión y las lágrimas.
Sus padres la siguieron a pasos precipitados, con las voces en la garganta; apenas alcanzaron la puerta de salida cuando Sienna se lanzó a su lado y la abrazó con la fuerza de quien intenta impedir que alguien se derrumbe del todo.
—¡Mamá, llévame a casa! —suplicó Melody, la voz rota—. Solo quiero estar sola.
Alexis, pálido, se quedó en el asiento del copiloto; el chofer arrancó con manos temblorosas y en el coche la ciudad pasó en un suspiro: luces, letreros, la llovizna que parecía querer limpiar algo imposible.
En el interior del vehículo, Melody se dejó caer contra el respaldo, los ojos perdidos en un punto que solo ella veía. Su corazón