Quince años después…
La iglesia estaba repleta.
Cada banca estaba ocupada por familiares, amigos y personas que habían esperado aquel día con ansias.
Las decoraciones eran exquisitas: velas altas iluminaban el pasillo central, flores blancas adornaban cada rincón, y el aire olía a jazmín fresco.
Todo era perfecto, como si aquel lugar se hubiera vestido de gala para celebrar un destino escrito desde la niñez.
Melody descendió del automóvil, y por un instante el mundo pareció detenerse.
Su vestido, largo y etéreo, brillaba bajo la luz de la tarde; parecía salida de un sueño, como la novia perfecta que todos imaginaban.
Su padre, Alexis, la miraba con los ojos llenos de orgullo, pero también de nostalgia.
—Hija, te ves tan hermosa… —susurró con la voz cargada de emoción.
—Papá, gracias —respondió Melody con dulzura.
Él acunó su rostro entre las manos con un gesto tierno, y por dentro, sintió cómo las lágrimas pugnaban por salir.
Sin embargo, respiró hondo. No podía quebrarse allí. Tenía