27. Sangre y maullidos
Elara duerme. Finalmente.
Envuelta en las sábanas gruesas, con el cabello esparcido como un halo oscuro sobre la almohada y la respiración acompasada, parece encontrar por primera vez una pausa verdadera desde que llegó al palacio. Su expresión, normalmente tensa y alerta, ahora se suaviza, y sus labios, entreabiertos, exhalan suspiros tranquilos que se pierden en la penumbra de la habitación.
Desde la copa del árbol frente al balcón, Damian la observa. Inmóvil, como una figura tallada por la noche. Se oculta entre las hojas, apenas una sombra con ojos que arden como brasas débiles. No hace más que mirarla, paciente, como si con solo vigilarla pudiera aferrarse un poco más a la vida que su alma carece.
Una sonrisa se le dibuja en el rostro ante lo absurdo que resulta pasar horas contemplando a una simple humana mientras duerme. Y, aun así, no se mueve. No se aburre. No se cansa. Lo disfruta…, aunque no termina de comprender por qué
Cuando la madrugada comienza a asomar con sus bru