28. Ojos de SuperLuna
Las sirvientas no se quedan mucho tiempo en la habitación de Elara. Apenas prometen regresar enseguida con su desayuno y prácticamente huyen, lanzando una última mirada hostil al gato, como si se contuvieran de hacerle algo que sus manos claman por ejecutar.
Elara se sienta en el borde de la cama, acomodándose con cuidado mientras sostiene al felino entre sus manos. Lo deposita con ternura sobre su regazo, permitiendo que se estire y se acomode, confiado, como si aquel lugar le perteneciera desde siempre. Sus dedos se deslizan con suavidad por el lomo gris, acariciando el pelaje tibio, aunque ligeramente enredado en algunas zonas, deshaciendo pequeños nudos con paciencia y esmero.
El gato ronronea con fuerza, como si cada caricia le reforzara la idea de que ha encontrado un hogar. Elara lo contempla, fascinada por la tranquilidad que transmite, por la manera en que se entrega a sus manos sin reservas, sin miedo.
—¿Cómo es que llegaste hasta mí? —susurra con ternura, esbozando una s