39. El eco de un corazón invisible.
Damián la sostiene en sus brazos, con fuerza, pero la velocidad a la que avanza es antinatural, casi insoportable. El mundo alrededor se convierte en un borrón de sombras y destellos plateados; los árboles parecen lanzarse hacia ella para golpearla y luego apartarse en el último instante. El viento gélido le muerde el rostro y sus cabellos se agitan como si quisieran arrancárselos. Siente cómo su estómago se hunde a cada zancada, como si estuviera cayendo sin fin, y por un instante, teme que, si él la soltara, saldría despedida.
El aire es un cuchillo helado que corta la piel, pero al mismo tiempo lleva consigo un perfume limpio, húmedo, con notas de tierra y flores que todavía no ve. Elara cierra los ojos un instante, no para huir del frío, sino para entregarse a la sensación de volar entre la penumbra.
Se aferra a él con más fuerza, y sin darse cuenta, su rostro busca refugio contra su pecho. Apoya la oreja y, durante un segundo, lo único que escucha es el viento que pasa silbando