37. El que siempre ha estado presente
Elara y Badru giran con soltura en el centro del salón. El ritmo tribal del piano ha cedido a una melodía más armoniosa, pero sigue latiendo con firmeza. El compás es constante, seguro, como el brazo de Badru rodeándole la espalda. Sus dedos no aprietan, pero exigen. Su guía no impone, pero no deja espacio a la duda. Y Elara empieza a entender.
Lo siente en los cambios sutiles de presión sobre su palma, en la forma en que mueve la mano apenas unos milímetros antes de cada giro. Como si pudiera leerle el pensamiento, o tal vez sea ella la que comienza a leerlo a él. Cada paso que dan la conecta más a su presente; ya no hay pasado que la guíe, solo la certeza de que, mientras esté en sus brazos, puede dejar de pensar.
Badru no habla. Su mirada dice más. En sus ojos no hay celos ni urgencia, solo un anhelo contenido y un respeto profundo que la envuelve. Y cuando sus miradas se encuentran, por un segundo todo se apaga. Solo quedan ellos dos.
Desde el borde del salón, Matías los observ