36. Cuando el pasado baila, el presente arde
Con el cambio de melodía deslizándose por el salón, Matías da un paso hacia adelante y toma a Elara en brazos. Su mano se acomoda en la curva de su cintura con una delicadeza casi reverencial, provocándole un estremecimiento que le sube por la espalda. La otra mano se enlaza con la de ella, firme pero suave, mientras él entorna los ojos y le regala una sonrisa cargada de ternura, como si en ese gesto cupiera todo lo que no se ha dicho.
El corazón de Elara se acelera, no por el movimiento, sino por la intensidad del momento. En su mente se enciende un destello del pasado: ve a Elizabeth danzar con ese mismo hombre, hace un siglo, bajo el amparo plateado de una luna que aún los observa. Y por eso, el primer paso le resulta fácil. El segundo, natural. Los siguientes, incluso placenteros. Sonríe sin darse cuenta. Cada giro fluye con una armonía que parece innata, como si los dos hubieran nacido para encontrarse en esa danza.
De pronto, dejarse llevar deja de ser un acto de obediencia o