24. No soy un símbolo
Elara regresa al palacio con el cabello suelto y revuelto por la brisa del lago. Patric se despide con un leve asentimiento y se pierde de nuevo en el invernadero, pero antes le asegura que para mañana tendrá listo el picaflor. Ella le sonríe en agradecimiento y avanza por los pasillos hasta llegar al vestíbulo principal, con la idea fija en servirse algo caliente antes de seguir con su día.
Pero una figura la intercepta.
—Mi superluna—dice una sirvienta con voz suave, haciendo una reverencia—, el rey desea hablar con usted. Sígame por favor, él la espera en el estudio.
Elara frunce el ceño, el hambre olvidada en un segundo. Asiente en silencio y sigue a la joven por los corredores de piedra pulida. La llevan por el ala este del palacio, ese mismo pasillo frío y silencioso que ya había caminado junto con la Madre Luna hace días, hasta que llegan al estudio del rey. Las puertas altas se abren sin anunciarla, y Elara entra.
El rey está sentado tras su escritorio, firmando papeles co